Este patio se encuentra situado en la calle de Recoletos, 1 “Palacio de Benacazón”

Se le llamaba y se le llama así por el convento de Agustinos Recoletos, fundado probablemente en otro lugar en el año de 1615.

En cuanto al callejón sin salida, que no figura en el plano del Greco (quien recoge, en cambio, el del Moro) puede deberse su trazado actual a los propios agustinos, para regularizar su fachada al Este. Antes debió ser un simple adarve, necesario porque da acceso a una buena casona antigua, con artesonados y un bello patio con pilastras del estilo del palacio de los condes de Fuensalida y que tal vez se construyera por un mercader adinerado, ya que no consta heráldica alguna contemporánea de él. El escudo exterior parece un añadido moderno, tal vez de Páramo. Fue propiedad sucesiva de varios anticuarios, el primero dueño también de Buenavista, Bonifacio Avellanal, y el segundo, el más imaginativo de los tres (entre 1966-67) hubo un tercero, de residencia efímera), pues lo tituló “Palacio de los Pantoja” (su esposa se apellidaba así) y Palacio de Benacazón, nombre éste que ha perdurado.  No sabemos cuál de los dos primeros añadió un gran escudo en la fachada exterior; dicho segundo, don Anastasio Páramo, restauró mucho el edificio, dotándole de una excesiva chimenea y de algunas piezas arqueológicas valiosas, como los capiteles árabes de la portada y otro en la escalera. (Fuente: Historia de las Calles de Toledo)

Escondido al final de una angosta calle sin salida, rotulado con el número 1, se halla el antiguo palacio de los Pantoja, ante su soberbia portada mudéjar. Esta añeja construcción de estilo mudéjar es un edificio ecléctico de tres pisos, repleto de motivos arquitectónicos y decorativos romanos (bóvedas de cimentación), mudéjares (yesería, artesonados), talaveranos (azulejería de cuerda), góticos e italianizantes.

Es un palacio de los ejemplos más representativos de las típicas casas toledanas. Su patio, junto con su decoración, basada en yeserías y azulejería, son sus principales atractivos. Con el tiempo ha sufrido numerosas restauraciones.

El palacio que en la actualidad lleva el nombre de Palacio de Benacazón en Toledo es, probablemente de la época de Pedro I el Cruel, fue también sede del Santo Oficio (la Inquisición). Antigua propiedad de Fernán Pérez de Pantoja, fue casa solariega de los Pantoja y los Gaytán, siendo llamado desde el siglo XVI como Palacio de los Pantoja. Es entre 1920 y 1940 en los que figura a nombre de Anastasio Páramo Barranco, como heredero de los bienes de su esposa, descendiente de los Pantoja originales. Anastasio Páramo Barranco, quien quedó como único descendiente, se otorgó a sí mismo antes de morir el nombre de Anastasio Páramo y Pantoja Cepeda, como también los títulos de conde de Benacazón, señor de Mocejón y Benacazón. En los años sesenta fue Centro de Consultas Médicas, siendo trasladado posteriormente al número 24 de la calle Núñez de Arce.

Hacia 1970 la Caja de Ahorro Provincial de Toledo lo adquirió, pasando luego como Caja Castilla La Mancha. Posteriormente fue rehabilitado y dedicado para celebrar eventos culturales bajo la tutela de la Fundación de Caja Castilla La Mancha. En la actualidad se encuentra sin dedicación, cerrado a cualquier actividad por falta de recursos, siendo su propietario la entidad mercantil Liverbank. (Textos: Varios autores)

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Dejando este palacio, y continuando la misma calle, llegamos a la empinada calle de las Armas, que concluye en la plaza de Zocodover, muy cercana al Alcázar de Toledo, lugar donde se recoge una bella leyenda:

Las bodas de Abdallah “En una carta manuscrita por el propio Abdallah para el Rey de León, afirmaba que comprendía, aunque tarde, que su unión con una princesa cristiana era imposible, y por lo tanto la devolvía a su hermano, reiterando su amistad y ofreciéndole su alianza. El Rey acompañó a los cristianos hasta Olías. Esperó hasta que la comitiva se perdió en el horizonte, camino del norte. Tras esto, corrió a ocultarse en su alcázar de Toledo. Dicen las crónicas que una semana después había muerto, debido a una enfermedad desconocida, que los más sabios médicos árabes y judíos no supieron definir”.